Saturday, October 22, 2011

Medio siglo de Guácharos


Tierra enigmática y abrupta donde confluyen los Andes y el Amazonas al sur de la cordillera oriental.





Para el departamento del Huila y el suroccidente de Caquetá, la montaña es ineludible accidente que condiciona la vida y hasta el nombre de sus gentes. Del Quechua, antis (montañas de los Andes) y que o quie (gente) deriva el apelativo Andaquíes que recibieron  las tribus indígenas cuando se inició la conquista española.

Para ingresar en la zona me decido por la carretera que de Pitalito conduce a Palestina y a la vereda La Mensura. Luego, a pie, por el sector de la quebrada La Cascajosa y de allí, por el margen derecho del río Suaza, hasta su nacimiento.

Este río surge en los picos de la Fragua, al suroriente del departamento del Huila, con chorros enérgicos entre piedras cubiertas de musgo. Las aguas se arrojan en un húmedo recodo oscurecido por los árboles. Por encima crece el bosque andino; debajo, piedras pulidas, un diseño labrado por la fuerza del nuevo río. Luego, lo que era un riachuelo irregular se convierte en cause sin tregua.

Es un momento mágico: el agua brota con nervio de las entrañas de la cordillera oriental como regalo para la vida. Como un adolescente, el nuevo río grita su derecho a la existencia y reclama acción.  Se convierte en la columna vertebral del primer parque nacional natural de Colombia, que celebró sus cincuenta años el pasado Noviembre.

Al poco tiempo de nacido, ya es el arquitecto de un sistema de puentes y cavernas cársticas que se atreven a domesticar su rebeldía.  Mucho deberá trabajar antes de entregarse al Magdalena a lo largo de cien retorcidos kilómetros después de su nacimiento.

En su curso se multiplicarán las cascadas y los rápidos. Sus aguas han dado también origen a una mesa de lapiaz o lenar, aquellos surcos o grietas que se labran en afloramientos de roca caliza por procesos de erosión, que da la apariencia de un gigantesco mosaico romano hecho de lajas. Aquí puede todavía sentirse la naturaleza en estado puro.


El parque y sus habitantes

Un enorme puente natural de arco calcáreo, con más de veinte metros de altura enmarca la entrada de las aguas parduscas del río a la Cueva de los Guácharos, el núcleo paisajístico del parque y morada oficial del guácharo (Steatornis Caripensis).

El guácharo se alimenta de lauráceas y palmeras, siendo su favorita la palma de seje, que se encuentra a casi 80 kilómetros de distancia de la cueva, en el Caquetá. Así que con frecuencia recorre esta distancia en busca de su alimento preferido.

El sistema también incluye hacia el norte otras tres cuevas: la del Indio, la del Hoyo y la del Cuadro.  La del Indio es la más interesante por sus traviesas formaciones calcáreas y sus 11 túneles secundarios, que tienen nombres como el de la ventana, el de las pizarras y el de la columna.  Formaciones como el pesebre, la medusa, el monje y el pastel también han sido aquí el pasatiempo predilecto de la erosión y los siglos.

En la zona del parque, donde antes vivieron tribus precolombinas, señorean ahora micos churucos, maiceros, ñeques, venados, osos, zorros, tigrillos, entre otros y también ha habido avistamiento de puma y jaguar.  Suyo es el territorio, pero de todos es la singular belleza que aquí se ofrece.

Un oso de anteojos sestea plácidamente en el filo Churuco mientras caminamos por el sector de cedros con Carlos Cortés y su equipo entusiasta de guardianes del parque. El oso es ajeno a nuestra presencia. Es la época de fructificación del escasísimo roble morado, así que no es raro verlo, pues sus frutos son parte de la dieta.

El parque también da origen al río Fragua y es hogar de otras especies casi extintas en sus ambientes naturales como el cedro rosado, el comino, el cobre, el roble blanco y otras.  Las orquídeas y palmas adornan varios rincones del parque y no es difícil ver cauchos, algodoncillos o arrayanes cuyos lujuriosos verdes compiten con los del aguacatillo, el amarillo o el canelo.

La armoniosa suma de agua, piedra, verde y muchas especies únicas que se conjugan en esta confluencia andino-amazónica conforman un regalo único para los sentidos, transmite una palpable sensación de fragilidad, de ecosistema que reclama ser conservado y visitado.