Wednesday, August 15, 2012


Parque Nacional Natural Chiribiquete

Conjunción de cerros, planicies y aguas en la selva suroriental colombiana. 



La luz de media mañana  es cegadora, su radiación desvanece los perfiles, pero aún así es imposible no quedar perplejo ante la visión del entorno: el Parque Nacional Natural de Chiribiquete, uno de los lugares más desconocidos e inexplorados del continente, ubicado en los departamentos del Caquetá y Guaviare al suroriente de Colombia.

Hemos entrando por la frontera norte del parque a bordo de un Cessna Caravan, a 62 millas náuticas de San José del Guaviare, esto es, un poco más de 115 kilómetros en línea recta desde el río Guaviare, esa avenida que marca para la mayoría, una frontera hacía la otra Colombia. Sobrevolamos sobre El Retorno y Calamar, donde empieza el paño verde de la selva del Guaviare que se extiende interminable hacia el sur.

El cerro Azul y el cerro Otaré anuncian que estamos próximos a ingresar al parque, un minuto después, la vista sobre el río Tunia o Macaya confirma que estamos en las coordenadas correctas. Ingresamos a un mundo perdido de erguidas cumbres  que se alzan con formas inverosímiles y verdes tonalidades contra el cielo; cerros y montañas rasgadas como quesos suizos, y grandes piedras en imposible  equilibrio sobre torres agrietadas. Parece producto de un hechizo o de un gran cataclismo camuflado desde el alba de la historia geológica del amazonas.

Una extraña concurrencia de colinas, planicies, selvas, ríos y colores mezclados espectacularmente para dar lugar a un insólito  paraíso que traslada a la era jurásica, un auténtico mundo perdido.

Aquí los ríos son de aguas oscuras, rojizas o blancas; los cielos, tempestuosos; los tepuyes, islas que se elevan sobre el mar verde de selva, tienen imponentes murallones; las cascadas, como la del Cuñaré, se descosen de grandes elevaciones, las formaciones rocosas son de las más añejas del continente y albergan gran diversidad de especies de fauna y flora, muchas de las cuales no se encuentran en ningún otro lugar del planeta y otras que permanecen aún sin clasificar.

Cuatro serranías son los artífices de un paisaje donde lluvia y brisa han cincelado estas asombrosas esculturas. De norte a sur: la serranía de Chiribiquete entre los ríos Tunia y Ajaju; la serranía de Cuñaré entre los ríos Mesay y Apaporis; la mesa de Iguaje, entre las cabeceras del río Mesay y la quebrada Huitoto; y la serranía de Iguaje, entre el río Mesay y el río Yarí. 

Este es el Parque Nacional más grande de Colombia con 12.800 kilómetros cuadrados, superior en área al Parque de Yellowstone (8983 Km2) y comparable con Death Valley en Estados Unidos, o con el Alberto de Agostini en Chile.  Recientemente el presidente Santos anunció un plan para ampliar el parque, que de concretarse, sería unos de los parques más extensos de la región y quizás del mundo.

Los moradores de Chiribiquete

Cuando estaba a punto de caerse del calendario el siglo XVIII, el comisario español Francisco Requena calculó una población de más de 15.000 habitantes pertenecientes a la etnia aborigen de los carijonas, cuyo territorio central comprendía la cuenta baja del río Yarí, sus afluentes y el alto Apaporis en inmediaciones de las confluencias de los ríos Tunia y Ajaju. Hoy, los carijonas, están prácticamente extintos.

Este paisaje fantástico se convierte en un complejo con decenas de ríos y caños  plagados de raudales, que llevan en sus aguas reflejos de cimas altivas como el Ajaju, Mesay, Macaya o el Apaporis. A ellos se accede mediante empinados varaderos y sinuosos pasajes, los mismos que utilizaron para ocultarse los primeros carijonas de sus enemigos tribales, de los caucheros colombianos y de la aciaga Peruvian Amazon Company o Casa Arana.
Este enclave protegido sirve de  refugio por igual a murciélagos, armadillos, micos tutamonos, tigrillos, nutrias, a la babilla del Apaporis y también a guácharos, barranqueros, al apuesto gallito de roca y a cientos de especies más que ubican fácilmente a este parque como uno de los más importantes en cuanto a diversidad de fauna y flora.

Desde aquí, los cerros se ven soberbios y dominantes como tablas de la ley que brotan hasta que al cabo de los siglos el viento y la lluvia acaben con su imperio. Mientras tanto, se mantendrán tan rígidos como nuestras ganas de volver a explorar este territorio caquetense.