Parque Nacional Natural Chiribiquete
Conjunción de cerros, planicies y aguas en la selva
suroriental colombiana.
La luz de media
mañana es cegadora, su radiación desvanece
los perfiles, pero aún así es imposible no quedar perplejo ante la visión del
entorno: el Parque Nacional Natural de Chiribiquete, uno de los lugares más
desconocidos e inexplorados del continente, ubicado en los departamentos del
Caquetá y Guaviare al suroriente de Colombia.
Hemos entrando por la
frontera norte del parque a bordo de un Cessna Caravan, a 62 millas náuticas de
San José del Guaviare, esto es, un poco más de 115 kilómetros en línea recta
desde el río Guaviare, esa avenida que marca para la mayoría, una frontera
hacía la otra Colombia. Sobrevolamos sobre El Retorno y Calamar, donde empieza
el paño verde de la selva del Guaviare que se extiende interminable hacia el
sur.
El cerro Azul y el cerro Otaré
anuncian que estamos próximos a ingresar al parque, un minuto después, la vista
sobre el río Tunia o Macaya confirma que estamos en las coordenadas correctas.
Ingresamos a un mundo perdido de erguidas cumbres que se alzan con formas inverosímiles y verdes
tonalidades contra el cielo; cerros y montañas rasgadas como quesos suizos, y
grandes piedras en imposible equilibrio
sobre torres agrietadas. Parece producto de un hechizo o de un gran cataclismo
camuflado desde el alba de la historia geológica del amazonas.
Una extraña concurrencia
de colinas, planicies, selvas, ríos y colores mezclados espectacularmente para
dar lugar a un insólito paraíso que traslada
a la era jurásica, un auténtico mundo perdido.
Aquí los ríos son de
aguas oscuras, rojizas o blancas; los cielos, tempestuosos; los tepuyes, islas
que se elevan sobre el mar verde de selva, tienen imponentes murallones; las
cascadas, como la del Cuñaré, se descosen de grandes elevaciones, las formaciones
rocosas son de las más añejas del continente y albergan gran diversidad de
especies de fauna y flora, muchas de las cuales no se encuentran en ningún otro
lugar del planeta y otras que permanecen aún sin clasificar.
Cuatro serranías son los
artífices de un paisaje donde lluvia y brisa han cincelado estas asombrosas
esculturas. De norte a sur: la serranía de Chiribiquete entre los ríos Tunia y
Ajaju; la serranía de Cuñaré entre los ríos Mesay y Apaporis; la mesa de
Iguaje, entre las cabeceras del río Mesay y la quebrada Huitoto; y la serranía
de Iguaje, entre el río Mesay y el río Yarí.
Este es el Parque Nacional
más grande de Colombia con 12.800 kilómetros cuadrados, superior en área al
Parque de Yellowstone (8983 Km2) y comparable con Death Valley en Estados Unidos, o con el Alberto
de Agostini en Chile. Recientemente el
presidente Santos anunció un plan para ampliar el parque, que de concretarse,
sería unos de los parques más extensos de la región y quizás del mundo.
Los moradores de Chiribiquete
Cuando estaba a punto de
caerse del calendario el siglo XVIII, el comisario español Francisco Requena calculó
una población de más de 15.000 habitantes pertenecientes a la etnia aborigen de
los carijonas, cuyo territorio central comprendía la cuenta baja del río Yarí,
sus afluentes y el alto Apaporis en inmediaciones de las confluencias de los
ríos Tunia y Ajaju. Hoy, los carijonas, están prácticamente extintos.
Este paisaje fantástico se convierte en un complejo con decenas
de ríos y caños plagados de raudales,
que llevan en sus aguas reflejos de cimas altivas como el Ajaju, Mesay, Macaya
o el Apaporis. A ellos se accede mediante empinados varaderos y sinuosos pasajes,
los mismos que utilizaron para ocultarse los primeros carijonas de sus enemigos
tribales, de los caucheros colombianos y de la aciaga Peruvian Amazon Company o
Casa Arana.
Este enclave protegido
sirve de refugio por igual a
murciélagos, armadillos, micos tutamonos, tigrillos, nutrias, a la babilla del
Apaporis y también a guácharos, barranqueros, al apuesto gallito de roca y a cientos
de especies más que ubican fácilmente a este parque como uno de los más
importantes en cuanto a diversidad de fauna y flora.
Desde aquí, los cerros se ven soberbios y dominantes como
tablas de la ley que brotan hasta que al cabo de los siglos el viento y la
lluvia acaben con su imperio. Mientras tanto, se mantendrán tan rígidos como
nuestras ganas de volver a explorar este territorio caquetense.